LOS NINIS POLÍTICOS

POR NOE BECERRA
Aquí se ha sostenido el hecho de que México atraviesa, entre otros males nacionales, por una falta absoluta de liderazgo. Lejos quedaron los tiempos en que el país se caracterizaba por ellos. Con aciertos y desaciertos, buenos o malos, pero al fin y al cabo, arietes verdaderos. Ciertamente, —tal dice popularmente—, en gustos se rompen géneros, y en política también. Hemos tenido presidentes y gobernadores de las entidades federativas que han sido acusados de todo tipo de torpezas, sin embargo habrá que abonarles que supieron sabido ejercer el poder como últimamente. Hasta uno de ellos declaró que gobernaba a puro olfato. Ante semejante vacío inquieta escudriñar cuál sería la fórmula más acertada para que la población sienta y confirme que está siendo liderada por alguien que despierte, sacuda, aspiraciones, esperanzas y sentimientos nacionalistas. La respuesta es nula. En la actualidad, no existen líderes populares. Ni siquiera impopulares. Predominan gobernantes preocupados por hacer dinero proveniente del ejercicio del poder y garantizar de por vida que su familia no sufra escasez, y menos vicisitudes. Además, el gobierno del país parece estar en manos de aprendices del bien gobernar apenas conociendo el arte de la política, en un país urgido de mayor o distinta dinámica dado los tiempos que vivimos, donde no se valen tardanzas ni corruptelas de quienes gobiernan y de quienes administran la cosa pública.

El ejemplo más evidente lo tenemos con la década panista tirada al cesto de la basura. El proceso enseñanza-aprendizaje ha costado mucho dinero a todos nosotros, pero además los gobernantes han desbarrancado programas, planes y proyecciones que una nación debería haber logrado a nivel territorial durante esa nefasta era. No nomás porque sí la esperanza de los mexicanos se está dejando en figuras de otro tipo.

Definitivamente, es consenso generalizado, la camada de políticos para alcanzar la calificación que exige la ciudadanía esta escasa. Todo mundo se ha apuntado para ocupar un cargo de elección popular. Hay quien desea ser presidente, gobernador, senador, diputado federal o local, presidente municipal, por lo menos regidor. No debe ser tan malo ese negocio, que no trabajo, conste. Trabajo no lo es, porque los que aspiran a un cargo así, ven únicamente su conveniencia personal y de grupo, jamás la de los representados. Creer que un sujeto que ocupa un cargo de tal envergadura velará por los intereses del pueblo, es tanto como considerar que existe Santa Claus. Nos hemos convertido en un país de cínicos. Del que vota para que otro medre. Es la élite de ninis políticos, que no trabajan ni estudian. Sólo parasitan. Duermen en las curules donde se acomodan de manera confortable. Comen y beben a discreción. Y todo con cargo al presupuesto. Y así por el estilo el resto de los mencionados. Cuando logran ser electos ya llevan preparadas las alforjas para llenar el tiempo que permanezcan en el cargo. Aparte de obtener una comisión que le redundará ganancias económicas obtenidas del tráfico de influencias dentro del gobierno
respectivo, prebendas para él y/o sus allegados y de ese manera amasar fantástica fortuna con cargo al erario público.

Como durante su campaña no sacaron un solo centavo de su bolsillo, pues les fue financiada por el pueblo, es lógico que todo lo que alcancen a juntar durante su encargo, sean puras utilidades, ganancias brutas; al cesto, sin pena ni bochorno, las deudas de la campaña electoral. Así tenemos que desde a quien aspira al cargo de presidente —en este 2012 son cuatro—, el pueblo mexicano les sostiene el despilfarro de dinero usado en el propósito sin ofrecer nada tangible a la población, ni siquiera mínimo plan de gobierno. ¡Vaya, ni una propuesta creíble! Y así por el estilo, todos los demás. Mentira carezca el mundo de liderazgos. Los existen, incuestionablemente. Lo que sucede es que, salvo Hugo Chávez en Venezuela, que aunque sea muy criticado, ejerce verdadero liderazgo dentro de las masas populares. Ha sabido “venderse” muy bien, pero sobre todo envolverse en la creencia, confianza, y respeto que se le tiene a Simón Bolívar, a quien su pueblo venezolano admira e idolatra.

Este personaje ha sabido muy bien recorrer el camino de la política enarbolando la bandera del bolivarianismo. Es cierto, conjuga simbolismos y mesianismos. Pero le han dado resultado. La formación militar de don Hugo, es un plus de confiabilidad frente a una generación bolivariana que ha sufrido dictaduras civiles capaces de orillar al pueblo a repensar la política y que estaba ayuno, hasta antes de Chávez, de un verdadero liderazgo que le indujera a mejores estadios de vida y bienestar. Dígase lo que se diga, lo cierto es que su pueblo le sigue. Por eso el venezolano le ha refrendado repetidas su confianza, a través del voto popular.

Algo así necesita México —no un Chávez, que conste—, sí un líder que mueva confianza y esperanza del pueblo que hace mucho dejó de creer en sus gobernantes, pues han dejado mucho qué desear. Vea nada más, lector, el escenario cotidiano de muchas entidades federativas: Desprestigio y rechazo hacia gobernador y colaboradores. Se esperó mucho de él y al poco cayó en el tobogán del conformismo, la confrontación, el “dejar hacer, dejar pasar”, desorden en las finanzas, aceptación y fomento de la corrupción, y muchas, muchísimas cosas. Por eso urge que el gobierno cambie. Pero como no lo ha hecho, pues entonces el compromiso recae en la población civil, siempre en primero y en último lugar, el que sufraga a favor de quien dice que nos va a representar, y sostiene con nuestros dineros la monserga llamada burocracia gubernamental, que para una mayor claridad, puede calificarse como los ninis de la política.

Desde luego, debe entenderse que México no requiere de iluminados, de mesías, de cuasi dioses, mucho menos gigantes con los pies de barro. Lo que necesitamos es humanismo que trascienda las estructuras de gobierno, legalismo a toda prueba, nacionalismo que nos hinche de orgullo, un amor a México para que las cosas cambien radicalmente. Veamos a los cuatro que pretenden ser presidente, ¿garantizan un liderazgo firme y avasallador que lleve al mexicano a un estado de éxtasis?
¿Representan los mejores mexicanos, y los más calificados para liderarnos? O por el contrario, escogeremos al final de cuentas, ¿al “menos peor”? Todos ellos están obligados ya, a diseñar una nación del futuro.


*Noé Becerra es abogado postulante por la UNAM, ha sido catedrático universitario en varios Estados y articulista en diversos periódicos del país. Cel. (6621) 57.71.14, E.mail. elarcadenoe2005@hotmail.com